HISTORIA DE UN SEÑOR QUE POR
UNAS ENCALADILLAS
SE QUEDO PARA SIEMPRE POBRE
Esta historia nos la relató Don Pancho Rodríguez, quien por bastante
tiempo vivió en los terruños del siempre tradicional, místico y enigmático
“Rancho de Villa, del cual, aun conserva intactos varios recuerdos e historias,
como esta que, compartiendo la fresca de una tarde, tomándose un agüita de
pepino, tuvo a bien relatarnos…
Don Pancho cuenta que cuando era niño y estando
en casa de su padrino, que era encaladillero de profesión y vocación, le toco
ser parte de la siguiente historia:
Era de madrugada cuando mi padrino se levanto y a diferencia de otros
días, en los cuales desde temprano comenzaba su deliciosa labor, se puso su
ropa de “salir”, pues esa mañana iría a Colima a resolver algunos asuntos y a
comprar materia prima para las encalladillas; Así que se preparo para
marcharse, dejando como único mandato a su esposa que por nada del mundo ese
día hiciera encaladillas, mas no dio alguna razón en especial o algún motivo
importante…
El padrino se fue y quedaron solos en la casa su madrina y él. Sin
embargo al paso de las horas, después de almorzar y terminar de arreglar la
casa, como no tenía nada que hacer, en un arranque de antojo, la mujer no hizo
caso de la recomendación de su esposo y mando a don Pancho por leña para
preparar unas ricas galletas. El niño contento y solicito, muy rápido hizo el
mandado, fue a los alrededores del poblado y trajo varios leños secos, ¡de esos
que arden chulada!. Mientras tanto, la doña preparo muchísimas galletas y ya
encarrerada, un buen numero de encaladillas, así que, apenas llego el niño,
atempero el horno con los leños y juntos se pusieron a cocer las encaladillas y
las galletas, las cuales al final, fueron tantas ¡que pensaron que no se darían
abasto para acabárselas en varios días!…
Así
pues, ¡Nomás se veía las lenguotas de fuego al arder los leños dentro del horno y su jumata bien
bonita y espesa!... ¡Hasta gusto daba estar horneando!... Por un instante, en
el fondo del horno, cuenta don Pancho, le pareció que, entre el crepitar del
fuego, como que brillaba algo, pero no le puse mucha atención, pues estaba bien
oscuro adentro, así que:
- ¡Ni pà que fijarse- Se
dijo…
Así paso…
Rato después, para cuando llegó el esposo, ya en la tarde, la
mujer muy contenta fue a recibirlo con un plato lleno de las ricas galletas,
que incluso, aun estaban tibias. Al ver las galletas, la cara del hombre
cambió, nomás vi que, como al camaleón, a mi padrino ¡la cara le cambiaba de
color! Y, por el color de su cara, segurito estoy que ¡se le fue la sangre a
los pies!... Rojo de ira y de impotencia, aventó el plato de galletas al suelo
diciéndole a su mujer:
-
¡Te dije que no hicieras
encaladillas babosa!!...
El hombre aún no terminaba de decir la frase cuando dio un tremendo
salto, aventó las bolsas que traía y corrió hacia donde aun estaban humeantes
las cenizas del horno y haciendo a un lado los rescoldos, saco, todo
chamuscado, uno de los siete botes alcoholeros repletos de billetes que había
desenterrado la noche anterior del patio y había escondido en el interior del horno,
por que planeaba llevarlos al primer banco que se instalaba en Colima al
siguiente día…
¡Sí!, ¡así como se lo imagina!, todos los ahorros de una vida ¡estaban hechos
cenizas!... Toda la fortuna que tenía la familia ahora era simplemente carbón,
¡pues enrollados en fajos y amarrados con ligas se encontraban muchos miles de
pesos de aquellos tiempos!...
Cuenta don Pancho que su tío no
cabía de la tristeza y el coraje, tanto, que por un buen tiempo se separo de su
esposa…
Así fue como su padrino, continuo siendo pobre… y todo, ¡por unas ricas
galletitas y un puño de encaladillas!…
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