BIENVENIDA

Este espacio es un punto de encuentro para todos aquellos que aman y valoran sus raíces, sus tradiciones y nuestra maravillosa y particular forma de ver, explicar y repensar el mundo. Esta es pues, una pequeña burbuja en donde sólo la tradicion oral y los saberes de nuestros abuelos existen, en donde tarde a tarde, noche a noche, puedes recurrir para sentirte más cerca de lo que verdaderamente somos, de lo que jamás hemos dejado de ser: hombres y mujeres llenos de historias, hombres y mujeres de leyendas...

Cada día, encontrarás una nueva historia, una nueva ventana hacia lo fantástico y al realismo mágico de nuestra gente, de nuestra tierra. Historias que son de todos y de todas, que pertenecen a nuestro pueblo, a nuestros caminos y a nuestros corazones. Por ello, tómalas, son tuyas, en ellas estás tú mismo, en ellas vibran los sonidos del campo, el murmullo de las olas, el trinar de los pájaros, el rugido de los animales de uña y uno que otro suspiro de algún ánima errante, pero sobretodo, en ella habitan las voces de nuestros abuelos y abuelas, que son en realidad, los dueños y forjadores de esta tierra, en la que hoy estás...

Aquí van tres años de trabajo arduo en nuestras comunidades, todo dentro del proyecto "TARDES DE LEYENDAS, MISTERIOS Y RECUERDOS DE LOS PUEBLOS DE COLIMA" en el cual han participado muchísimos amigos y hermanos. A todos ellos, desde este pequeño espacio, un afectuoso abrazo en dondequiera que estén...

lunes, 15 de noviembre de 2010

LA PERRA QUE HACIA TORTILLAS




Colima, aun a pesar de que en antaño su territorio fue habitado, según los historiadores, por tres grandes grupos, a saber: Los Otomís en la región de lo que es hoy el municipio de Minatitlán; los toltecas en la parte que ocupa aún la zona del “Chanal”; yl a nahua, de manera mas tardía, pero con una ocupación más extensa y de la que aún se conservan algunos registros y mayor presencia en nuestra población y territorio. Incluso se dice, según algunos arqueólogos, que esta cultura ocupó las ciudades, como el Chanal, que otras culturas construyeron anteriormente. Sin embargo, aun con toda esta gran herencia cultural y étnica, el rescate y la proliferación de cosmogonías, relatos y leyendas de origen indígena en Colima es casi nula, para no decir que prácticamente inexistente, por ello, leyendas como la que rescatamos con los habitantes de la comunidad “Pintores II” (que, según los habitantes del lugar, toma su nombre del arte sabio de los abuelos de pintar sus vasijas, sus tepalcates y demás, de forma muy bella, por lo que todos decían “Hay que ir pá onde los pintores”), toma gran importancia, aun cuando esta pareciera tener ciertos patrones arquetípicos de otras cosmogonías como la de algunos pueblos indígenas de Chiapas y de otros del norte de nuestro país, pues nos refleja un poco en lo que creían y pensaban nuestros abuelos indígenas.

Así pues, comienza la leyenda que nos explica, según nuestros informantes, la manera que se pobló el mundo después de un gran diluvio universal que casi acabó con toda la especie humana…

Se dice que los abuelos llegaron desde hace muchísimo tiempo atrás a estas tierras, ellos eran los verdaderos dueños. Así vivían, sembrando maicito, haciendo sus ollitas, pintando con bonitos colores sus cosas, ¡viviendo y disfrutando la vida pues!, y así todo estaba muy bien, todos vivían con sus familias. Entre estas familias, se encontraba la de un señor llamado Ayacatl y su esposa Xochitl, quienes tenían una casita de pajarete en donde vivían muy felices, sobretodo por que no hacía mucho, acababan de tener una linda criatura de color de los terrones de la tierra que era la alegría y la bendición del hogar. Así estaban, contentos y dichosos, acompañados siempre por una perrita xoloizcuintle que siempre seguía al señor a su “sembrado” y que pocas veces ladraba, siempre silencita lo seguía pá onde sea.


Hasta que un día la de malas llegó, nosotros creemos, por que así nos lo relataron los “mayores”, que fue porque la gente cada día se portaba más mal y no respetaba a la naturaleza ni a los dioses.

Una mañana, al recién salir el sol, Ayacatl se levantó y preparó su “coa” para partir a su milpa, Xochitl se despidió de su esposo abrazando a su hija, y todo parecía ser normal, sin embargo, no sabía ninguno de los dos, que esa era la última vez que se verían. 


Al marcharse Ayacatl a su milpa, que estaba en el cerro más elevado de la región, se dio cuenta que el cielo estaba lleno de nubes negras, sin embargo, no temió, pues pensó que sólo sería un pequeño norte, una pequeña llovizna, sin embargo, él no sabía que detrás de los cerros, una enorme “culebra” de agua acechaba a la población. Así, mientras él indígena se alejaba con su xoloitzcuintla detrás, la enorme cola de la “culebra de agua” se azotaba con toda su fuerza sobre la población. Agua y más agua caía y caía sin descanso sobre la población y sus endebles casas de zacate, varas y lodo. A Xochitl, tal situación le empezó a atemorizar, pues su casa, aun cuando estaba en un alto, tenía enormes hoyos que invitaban a las gotas a penetrar al interior de forma mayúscula.

Habían pasado ya dos horas y la lluvia no cesaba, grandes charcos cubrían el interior de la casa del matrimonio aquel, grandes corrientales de lodo y piedras, varas y troncos, pasaban raudos cerca de la puerta de su casa, amenazando en cualquier momento sin permiso penetrar al hogar y llevarse todo de un solo golpe, y es que así, de esa manera, poco a poco, el agua estaba adentrándose a las demás casas del pueblo arrasándolo todo, cosas, hombres, animales, mujeres, niños, ¡todo! La única casa que seguía en pie, y no por mucho tiempo, era la de Xochitl, pero, al desbordarse el arroyo que pasaba cerca del lugar, ni su casa se salvó, el agua entró, y a pesar de que aquella mujer se había trepado a la mesa de la cocina, el agua ya le estaba llegando a la cintura y amenazaba con su fuerza, en cualquier momento, arrastrarla con todo y bebé.

Ella, Xochitl, desesperada gritaba pidiendo ayuda, mientras con sus dos manos en alto buscaba mantener fuera del agua a su hija, mas todo fue en vano, segundos después, sus gritos se apagaron, y con el último aliento suyo, se escapó también el de su hija. Junto al vaivén del corriental, sus cuerpos se escaparon para ya no regresar jamás.


Mientras tanto, Ayacatl, ajeno a todo, seguía trabajando, había recogido calabazas, maíz, jitomate y frijoles, muy contento estaba, sin embargo, miraba extrañado a su perrita, que observaba a la lejanía, parando la cola, emitía largos y muy agudos chillidos.

Una vez que hubo de terminar de reunir su cosecha y acomodarla en su mecapal, decidió regresar de nuevo a su casa. Al llegar a la última curva del camino, mientras descendía del cerro aquel, un gran escalofrío recorrió su espalda acompañado de un oscuro presentimiento y los aullidos de su perrita. Metros adelante, sus ojos vieron la cruel realidad, de su pueblo ¡nada estaba! De su casa, ¡nada quedaba! Sólo encontró un llano desierto donde antes estuvieran las casas, las flores, los fogones, ¡la vida!... El hombre con lágrimas en los ojos buscó a su mujer gritando como un loco, ¡buscó y buscó! Pero de su mujer y su hija ¡nada quedaba! Sólo hasta entrada la noche, al descubrir muchos de los cuerpos de sus vecinos desperdigados por los alrededores, entendió la magnitud de la tragedia, entonces, sus fuerzas le abandonaron y de rodillas cayó hecho un mar de llanto y gritando a los dioses su dolor y su coraje.

Así pasaron varios días y aunque el dolor le carcomía el alma, él sabia que la vida tenía que seguir por lo que tomando de nuevo su coa y su mecapal, decidió ir a cosechar lo poco del maíz que quedaba en su milpa. Su perrita que durante todo este tiempo había permanecido fiel a su lado aulle que aulle, como llorando la muerte de su ama, también se levantó y lamiéndole las manos, se aprestó a acompañarle a la milpa. 


Juntos se marcharon para el cerro. Después de mucho caminar, por fin llegaron al sembradío, Ayacatl se introdujo entre las milpas, mientras el desyerbaba, su perrita, como no queriendo la cosa, lenta y silencita, se regresó a desandar sus pasos; así, llegó de nuevo a la casita que su amo estaba levantando, con su hocico recogió algunos utensilios de los que se habían quedado regados en el diluvio, llegó a la puerta de la casita de pajarete y sin más, ¡se quitó el pellejo y lo colgó en una vara de la entrada!

La perrita se introdujo hacia la casa parada en sus dos patitas traseras, agarró el metate y, así como lo lee, ¡se puso a echar tortillas! Después de hacer un artero de gordas, un chilito de tomatillo y unos frijolitos de la olla, la perrita se dispuso a salir de la casita, asín que se puso de nuevo su pellejo y muy quitada de la pena se regresó en sus cuatro patas a donde estaba la milpa de su amo. Al llegar, el sol ya se estaba ocultando, por lo que Ayacatl se  preparaba para el regreso. Con un chiflido llamó a la perrita y juntos se regresaron para la casa. 


Al llegar, el hombre peló chicos ojotes al ver todo lo que había en sus mesa, extrañado y sorprendido, miró con desconfianza lo que ahí estaba, sin embargo, pudo más el hambre, así que con emoción inmensa ¡le entró a las tortillas, al chile y al frijolito! mientras tanto, la perrita meneaba la colita y pegaba brincos de felicidad al ver a su amo muy contento.


Así sucedió durante varios días, y aunque Ayacatl se preguntaba una y otra vez, quien le echaba las tortillas, nunca encontraba alguna respuesta. Por eso cada día, sólo comía sin preguntar. Hasta que una tarde, mientras el buen Ayacatl levantaba la cosecha de calabacitas y la perra se había regresado al jacal a preparar las tortillas, una misteriosa voz le habló al joven indígena:

- ¡Ayacatl!… ¡Ayacatl!… ¿quieres saber quién es la que te hecha las tortillas?...
 

El indígena volteó hacia la dirección de donde provenía la voz y lo que vio ¡le llenó los talones de sangre! Frente a él estaba un ser descarnado, vestido de blanco, ¡un ánima!... El joven Ayacatl aun con terror en su cara, pero deseando también develar el misterio de las tortillas, le respondió:

- ¡Sssí!... ¡Si quiero saber!...
 

 A lo que el ánima contesto:

- ¡Entonces regrésate en este momento a tu casa, ahí encontraras a quien te hecho las tortillas!… ¡Ve!… ¡Ahora!…

Ayacatl corrió lo más rápido que pudo hacia su casa. Al llegar, lo primero que encontró fue el pellejo de la perra colgado en la entrada de la casa, el joven indígena, con mucho asco, lo tomó entre sus manos, recordando que los abuelos decían que para que la piel de un nagual no pudiera reintegrarse a su dueño había que echarle sal. El indígena la embadurnó de ella, así, entonces se asomó por la puerta del jacal y lo que vio le llenó la cara del terror. Adentro, agachada y pegando alegres aullidos, ¡estaba su perrita haciendo tortillas!... El hombre agarrando un palo quiso matar a la perrita, quien asustada, sólo atinaba a tirarse, hecha bolita, en un rincón del jacal. El hombre se acercó y alzó el palo para dar el golpe final al pobre animal. Entonces, en ese preciso momento, en la mente de Ayacatl, vinieron las palabras sabias de los abuelos quienes decían que las tortillas sólo te las podían “echar” tu madre, tu abuela, tus hermanas o tu esposa, y la perrita, no era ni su madre, ni su abuela, ni su hermana, pero, recordando su soledad, si podía ser su esposa…

Ayacatl bajó el madero y lentamente se fue acercando a la perrita, quien aún con miedo comenzó a mover la colita y a lamerle la mano a su amo. El indígena se acercó a la cara de la perrita y suavemente depositó un beso en su mejilla. En ese preciso instante ¡la perrita xoloiztcuintla quedó convertida en una hermosa mujer de tez morena como el barro y grandes y brillantes ojos! Ayacatl la tomó de las manos emocionado y amoroso la llevó a su petate a consumar su amor…

Al paso de los días, cuentan que la pareja tuvo a su primer hijo, un niño rozagante y ágil, y después, una hermosa niña muy parecida su madre. Según la gente grande, gracias a esta pareja, pero sobretodo, gracias a la perrita xoloitzcuintla, el mundo se pobló de nuevo.


¿Será por ello, que nosotros también somos del color del barro, como aquella perrita?....


domingo, 14 de noviembre de 2010

DOS LEYENDAS DEL CUERNUDO

La figura del “cuernudo”, “el patas de cabra”, “el macho cabrio”,“el enemigo”, “el chamuco”, “el diablito”,“el del trinche”,“el oscuro” o como es mundialmente conocido: “el demonio”, ha sido desde su aparición, como supuesto “ángel caído” del cielo, el mejor ejemplo de lo malo, lo pecaminoso y lo terrorífico, así fue como se propago su figura desde la llamada “tierra santa” hasta la “Europa vieja”, y de ahí, al “nuevo mundo”, aderezando desde su llegada nuestra tradición oral e imaginarios colectivos, es por ello, que a partir de la colonia, nuestras leyendas retoman a este personaje de “mala reputación” como aquel que acecha por los caminos, que se lleva a la muchacha o joven que no obedecen a sus padres y se van al baile o fiesta sin permiso, es aquel “charro negro” que, a la usanza y con el típico sello mexicano, recorre las calles de nuestros pueblos montado en un enorme cuaco negro que avienta chorros de humo o lumbre por las narices y la boca y con enorme sombrero con bordado de oro y pistola de plata, cabalgando por callejones y calles de los pueblos, espantando y levantando borrachos y desvelados, así mismo, es el personaje terrorífico que al chiquillo que se porte mal o no se duerma temprano, acechara y se llevara al cazo de los “chicharrones” pá sacarle la manteca, y es el que con forma de diversos animales se para en medio de los puentes y persigue a los amantes que van en busca de la mujer amada y mancornadora, que a dejado al esposo dormido en casa; Así pues, ante esta innegable importancia mas cultural, que religiosa, aunque finca su aparición y mala fama en ella, que acudimos a la búsqueda de algunas historias acerca de este mítico personaje, y quien mejor, que una de las abuelitas mas hermosas y sabias de la ciudad de Coquimatlán: doña Donaciana Flores, mejor conocida como “doña Chana”, quien a sus noventa y siete años, es un baúl de historias y leyendas, tanto del pueblo chigüilinero, como del municipio de Cuauhtemoc, de donde es originaria, así que, mientras tejía y tejía en su ventana de la calle Juárez, acompañada de su bisnieta Francia Macias, Doña Chana me relato, para compartir con usted, estos interesantes relatos amable lector:

LA HISTORIA DE LAS CINCO PIEDRAS Y EL CUERNUDO

Dicen que el cuernudo no existe, pero la verdad es que esta por todas partes nomás al acecho, esperando el momento para pegarte el susto de tu vida, sobretodo cuando uno es joven y no le hace caso a sus papas, y nomás pá que no digan que soy “habladiche”, te voy a contar la historia del día en que mi hermana Valentina y yo, vimos al diablo cuernudo.

De niñas vivíamos allá en el pueblo de Cuauhtémoc, en el mero centro, del jardín nomás dos cuadras hacia abajo y a la vuelta, recuerdo que cerca de mi casa pasaba el arroyo y en la mera esquina había una pila de agua a la que iban todos a beber y a llenar sus cantaros para llevar a sus casas. La cosa es que yo tenía como unos siete años cuando un día mi mamá nos envió a la doctrina a Valentina y a mi y nos dijo muy clarito que no nos entretuviéramos porque ya íbamos tarde a la iglesia; Pero ya ve como es uno de chamaca, así que le dije a mi hermana: Valentina, vamos a recoger “las cinco piedras” (rudimentario juego de matatena) al arroyo… Ella me respondió: No Chana, ya viste que nos dijo mi mamá que no nos desviáramos… ¡Ahh!, les aclaro que “las cinco piedras” era un juego que se trataba de dejar las piedras en el suelo y aventar una pá arriba, antes de que cayera la que estaba en el aire tenia uno que ir recogiendo una por una las piedras, cuando las recogía todas empezábamos de nuevo y así mataba el tiempo uno; Yo quería llevar las “cinco piedras” porque las monjas que daban la doctrina no nos dejaban jugar más que a eso, pero Valentina era bien zacatona, siempre lo fue, pero aun sabiéndolo yo le seguía diciendo: ¡Ándale!, sino ¿a qué vamos a jugar en el recreo?

Después de mucho insistirle, por fin la convencí y nos desviamos al arroyito. Ahí estábamos con las enaguas arremangadas recogiendo las piedras cuando, tratando de coger las más buenas y lisitas, me fui alejando más y más de los pilotes del puente que estaba encima del arroyo. Mi hermana Valentina estaba tan entretenida que ni cuenta se dio de que yo ya estaba bien lejos, hasta que de repente, levanto la cabeza y ¡ahí debajo del puente, en el recoveco del pilote que lo vé!… Toda espantada Valentina, señalando con el dedo, me dijo: ¡Chana, ira lo que hay ahí!… ¡yo voltie la mirada hacia allá y lo que vi me dejo con los pelos parados! ¡Era un monote peludo, peludo, feo y enorme, con unas tremendas alotas y con la cola enredada entre las patas!… ¡Era el diablo! ¡Estaba bien feo y nomás me miraba pelando sus ojotes rojos como el carbón encendido!... ¡Valentina al verlo nomás pego un gritote!: ¡Ahhhhh! ¡Es el cuernudo! ¡El cuernudo!... Y sin decir más, ¡pá pronto salio corriendo!... Yo dije: ¡Patitas pá que las quiero! ¡Y salí como buscapiés de feria! ¡Y como Valentina corrió más fuerte, me dejó bien atrás toda espantada por lo que habia visto!... ¡Yo corría y nomás no quería voltear porque sentía que el diablo venía detrás de mi a punto de alcanzarme!... !Casi sentia sus garras en mi espalda!... Así, sin parar de correr, llegamos a la casa de mi Tía Lupe Aguayo, que estaba nomás subiendo el puente, a la entrada del pueblo, quien al escuchar los gritos salió a la puerta de su casa, nosotras le dijimos asustadísimas: ¡Tía, tía Lupe, ábranos, escóndanos!... Ella, calmándonos, nos pregunto que había pasado, nosotras aun espantadas y a gritos le dijimos: ¡Vaya a ver al puente Tía Lupe, ahí se nos apareció el diablo! ¡Ahí esta el cuernudo!... Al escuchar esto y viendo el terror en nuestras caritas, mi tía le mandó hablar al padre del pueblo y juntos, con una botella de agua bendita, fueron a ver debajo del puente, ¡pero ya no había nada!, yo pienso que al saber que iba a ir un padre el diablo corrió, por que cuando ellos llegaron, nomás quedaba el apeste a puro azufre. El padre nos regañó y mientras conjuraba y bendecía el puente, nomás salían llamaradas como lumbre y seguía oliendo bien feo a azufre.

A partir de entonces ya no se volvió a aparecer nada sobrenatural por ahí, porque antes, después nos enteramos, decían que también se les había aparecido el diablo a los borrachos que andaban en el puente brincando o venían de la parranda, incluso se dice que a uno del antiguo barrio “del Tierno” hasta le alcanzó a quemar los calzones cuando con un palo trato de darle al cuernudo, ¡ya se imaginaran! ¡Del susto hasta lo borracho se le quitó al pobre hombre!...

Visiblemente emocionada al sacar tan terroríficos recuerdos, doña Chana toma un poco de aire y nos continúa contando:

LAS DOS VECES QUE EL “CUERNUDO” SE LE APARECIO EN FORMA DE “NIÑO” A DON PEDRO MICHEL

Mi esposo Pedro Michel, quien fue un valiente cristero, de chico era muy vago y solía escapárseles a sus papás, me contaba que cuando no lo dejaban salir, el muy sinvergüenza les dejaba un yugo de arar en su cama, encima de sus almohadas y envuelto en ponchos y sábanas, para que cuando lo vieran sus papás, pensaran que ahí estaba bien dormido, mientras que él se salía por la ventana del cuarto y se iba a parrandear con sus amigotes. Por hacer esas vaguedades y por desobediente, le sucedió en una ocasión lo que ahora voy a relatarles:

En una de esas “escapadas”, cuando iba pá un baile, se le apareció un niño en medio del camino a Colima, quien a señas le pidió “raite”, Pedro, que para variar venia “cuete”, sin preguntarle nada ¡que lo sube al anca del caballo! y ahí iban a ritmo de trote del animal. Un rato después, cuando ya Pedro venia medio dormido, el niño le tocaba la espalda ¡y que de repente le habla!, Pedro voltea al escucharlo, el niño entonces que le dice: ¡Ira apá mis dientitosh!... ¡Así dijo aquel chiquillo apuntándose los dientes con la mano! Pedro en medio de la oscuridad pelo los ojotes y al fijársele vio con horror que el chamaquillo ¡tenía los dientes bien afilados, amarillentos y deformes!, ¡Mi Pedro se asustó tanto que de un manotazo aventó el niño del caballo y entonces con horror vio que aquel ente desaparecía en medio de una enorme carcajada! Cuando vio esto, Pedro entendió que aquel chiquillo no era otra cosa que el diablo y clavándole las espuelas al cuaco, huyo lo más rápido que pudo rumbo a su casa…

Pero esa no fue la única ocasión que mi esposo se encontró de frente al “patas de cabra”, pues en otra ocasión, ya mas grande, cuando venia de una parranda, en medio de una brecha, se le apareció otra figura pequeña que parecía estar llorando con mucha pena, Pedro al verlo tan afligido, con mucha curiosidad le preguntó: ¿Quién eres?... ¿Qué haces tan solo a esta hora?... La persona aquella, siempre viendo hacia abajo, seguía llorando, sin alzar la cara para nada... Pedro le seguía preguntando lo mismo con mayo insistencia: ¿Quién eres?... ¿Qué haces tan solo a esta hora?... Cuando de repente, la persona aquella, le dice con una voz malévola: Es que estoy llorando porque, por portarme mal con mi mamá tengo esta forma… Al decir esto, el pequeño ente se volteó y entonces pudo darse cuenta mi marido que aquel ser ¡Tenía cara de viejo y demonio pero con cuerpo de niño!... ¡A Pedro del susto hasta lo cuete se le bajó al instante!... Pero poco le duró, pues para el otro domingo ya andaba de nuevo de vago, pero ese día, ¡poco falto pá que se hiciera en los pantalones!…

LEYENDA DEL TESORO DE LAS CUEVITAS


LUGAR DE RECOPILACION: Coquimatlán, Colima.
NOMBRE DE LAFUENTE: Ramsés Enrique Contreras.
FECHA: Febrero 2008.


Existe una colonia en Coquimatlán que lleva por nombre “Las cuevitas”, ya que cerca de ahí, en un cerro, existen unas cuevas de pequeñas dimensiones y que, al parecer, por dentro se interconectan unas con otras. Estas cuevas pueden verse incluso desde el camino carretero, a mano izquierda, al venir de la ciudad de Colima. De esas cuevas, cuando estaba en la secundaria, me contaron que en una de ellas existe una gran serpiente que cuida “un misterio” que ahí se conserva. Este misterio, según los abuelos, se trata de un tesoro, el cual no se sabe si es de los cristeros u ofrendas de los indígenas de la región. La cosa es que si quieres ir a vencer a la serpiente y aclarar ese misterio debes de subir hasta allá llevando contigo siete varitas de esas que salen donde está estancada el agua. Son esas varas de color café que ya estando secas avientan como pelusa cuando las golpeas, y que algunas personas nombran como “tules” y otras le dicen “juncos”. Bueno, la cosa es que lleves las siete varas para que cuando te salga la serpiente de la cueva, venciendo el miedo, debes de darle con el manojo de las siete varas en la espalda. Quien logre hacerlo, verá asombrado que en ese momento la serpiente misma se convertirá en un camino de oro y monedas de plata. Así como lo oyen, todo el cuerpo de la serpiente se convertirá en un camino de tesoros.
Sin embargo, hasta ahora no se ha sabido que alguien lo halla intentado, tal vez, por que en esas mismas cuevas, se cuenta que se afigura el diablo…