BIENVENIDA

Este espacio es un punto de encuentro para todos aquellos que aman y valoran sus raíces, sus tradiciones y nuestra maravillosa y particular forma de ver, explicar y repensar el mundo. Esta es pues, una pequeña burbuja en donde sólo la tradicion oral y los saberes de nuestros abuelos existen, en donde tarde a tarde, noche a noche, puedes recurrir para sentirte más cerca de lo que verdaderamente somos, de lo que jamás hemos dejado de ser: hombres y mujeres llenos de historias, hombres y mujeres de leyendas...

Cada día, encontrarás una nueva historia, una nueva ventana hacia lo fantástico y al realismo mágico de nuestra gente, de nuestra tierra. Historias que son de todos y de todas, que pertenecen a nuestro pueblo, a nuestros caminos y a nuestros corazones. Por ello, tómalas, son tuyas, en ellas estás tú mismo, en ellas vibran los sonidos del campo, el murmullo de las olas, el trinar de los pájaros, el rugido de los animales de uña y uno que otro suspiro de algún ánima errante, pero sobretodo, en ella habitan las voces de nuestros abuelos y abuelas, que son en realidad, los dueños y forjadores de esta tierra, en la que hoy estás...

Aquí van tres años de trabajo arduo en nuestras comunidades, todo dentro del proyecto "TARDES DE LEYENDAS, MISTERIOS Y RECUERDOS DE LOS PUEBLOS DE COLIMA" en el cual han participado muchísimos amigos y hermanos. A todos ellos, desde este pequeño espacio, un afectuoso abrazo en dondequiera que estén...

jueves, 31 de enero de 2013

DEL CANTO DE LAS GÜILOTAS BLANCAS Y DE LAS GALLINAS HUEVERAS


 

La voz y el caminar de don Aurelio Vázquez, mejor conocido como don “Huello”, siempre engalanan las banquetas por donde pasa, pero sus historias aun mas. Don “Huellito”, uno de los últimos cristeros colimenses vivos, con una enorme lucidez y orgullo, siempre comparte  sus historias y memorias, con todos lo que quieran escucharlo, historias llenas de magia y sucesos fantásticos como la que hoy, comparte con nosotros y que habla del canto de las aves.

Fíjense que yo crecí en un rancho cercano a la población de Cofradía de Suchitlán, siempre ahí anduve, bien arrecho y con mucha alegría me críe en el campo, ahí vivía feliz con mi papá, con mi santa madre y mis hermanos queridos, cuando no estaba ayudándole a mi padre, me encantaba rete harto pasármela con la resortera y las piedras en la mano, cazando, a pedrada limpia, güilotas pá comer, por ello en la casa ¡seguido comíamos güilotas! de esas que la gente llama “blancas”, de las que les nombro, en estos días ya casi ni hay en el monte, y me da “no se que” pensar que yo contribuí a que se acabaran esos pobres animalitos, pero bueno, eran otros tiempos y había que comer…

Recuerdo que nos las comíamos asaditas, con sal, limón y pimienta, hacían una salsita de chiltomate y ¡órale!, todo acompañado de unas buenas “gordas”.

También recuerdo que mi mamá, tan buena y tan bonita ella, cuando me miraba venir del monte con muchas de ellas en mis manos y en mi morral de ixtle, acariciándome la cabeza y viéndome con dulzura me decía:

-          ¡Nomas no mates tantas! ¡Solo las que ocupamos para comer! ¡Por que si no, cuando llegues al cielo, San pedro te mandara a juntar todos los huesitos de las que te comiste, y no te dejara entrar hasta que arrejuntes todas ¿eh?!...

  Yo, nomas meneaba la cabeza al escuchar a mi madre, y desde ese día, también comencé a juntar en un hoyito en el patio, los huesitos de todas las güilotitas que me comía… ¡por si las dudas! ¡Y es que estaban tan ricas las condenadas!...

De esos tiempos felices, de antes que asesinara Gorgonio Avalos a mi padre y de que me enrolara en la cristeada, recuerdo que aquellas aves solían decir, o mas bien, que yo solía entender cuando, ahí nomás, de vez en cuando se oía a una cantar en el monte o en los palos algo así:

-           “¡Joseeeefa! ¡¿Qué quieeeeeres?!, ¡¿Quieeeerees tùuna?! ¡¿Quieres tùuna?!”…

 

 

Después las güilotas, dicen o le contestan a la primera que canto:

-          “¡Joseeefa!... ¡Solaaa estooooy!... ¡solaaa estoooooy!... ¡solaaaa estooooy!… ¡Que triiiiste estooooy!”…

Así dicen las güilotitas blancas, ¡de veras! ¡Ojala algún día pudieran ustedes escucharlas en el monte!, entonces ahí verán que este viejo no miente...

¡No hombre! ¡Si yo les conozco el lenguaje hasta las gallinas!... Si quieren saber que dicen las gallinas en su canto, ahí les va: la gallina, cuando acaba de poner el blanquillo luego, luego, se va cante y cante y dice:

-           “¡Taaaanto poooné y poooné y poooné y yo coon la pata raiiiiz!”

 y luego, al escucharla, el gallo le contesta:

-          “!No tede jeeeeès!…  ¡tu que tede jaaaas!”…

Así cantan, o más bien se quejan, las pobres gallinas hueveras y también así, es como les responde el gallo.

No miento… Esa es la pura verdad…

miércoles, 30 de enero de 2013


HISTORIA DE UN SEÑOR QUE POR UNAS ENCALADILLAS

SE QUEDO PARA SIEMPRE POBRE

 

Esta historia nos la relató Don Pancho Rodríguez, quien por bastante tiempo vivió en los terruños del siempre tradicional, místico y enigmático “Rancho de Villa, del cual, aun conserva intactos varios recuerdos e historias, como esta que, compartiendo la fresca de una tarde, tomándose un agüita de pepino, tuvo a bien relatarnos…
 
Don Pancho cuenta que cuando era niño y estando en casa de su padrino, que era encaladillero de profesión y vocación, le toco ser parte de la siguiente historia:


Era de madrugada cuando mi padrino se levanto y a diferencia de otros días, en los cuales desde temprano comenzaba su deliciosa labor, se puso su ropa de “salir”, pues esa mañana iría a Colima a resolver algunos asuntos y a comprar materia prima para las encalladillas; Así que se preparo para marcharse, dejando como único mandato a su esposa que por nada del mundo ese día hiciera encaladillas, mas no dio alguna razón en especial o algún motivo importante…


El padrino se fue y quedaron solos en la casa su madrina y él. Sin embargo al paso de las horas, después de almorzar y terminar de arreglar la casa, como no tenía nada que hacer, en un arranque de antojo, la mujer no hizo caso de la recomendación de su esposo y mando a don Pancho por leña para preparar unas ricas galletas. El niño contento y solicito, muy rápido hizo el mandado, fue a los alrededores del poblado y trajo varios leños secos, ¡de esos que arden chulada!. Mientras tanto, la doña preparo muchísimas galletas y ya encarrerada, un buen numero de encaladillas, así que, apenas llego el niño, atempero el horno con los leños y juntos se pusieron a cocer las encaladillas y las galletas, las cuales al final, fueron tantas ¡que pensaron que no se darían abasto para acabárselas en varios días!…
 
Así  pues, ¡Nomás se veía las lenguotas de fuego al arder  los leños dentro del horno y su jumata bien bonita y espesa!... ¡Hasta gusto daba estar horneando!... Por un instante, en el fondo del horno, cuenta don Pancho, le pareció que, entre el crepitar del fuego, como que brillaba algo, pero no le puse mucha atención, pues estaba bien oscuro adentro, así que:
 

- ¡Ni pà que fijarse- Se  dijo…


Así paso…
 
Rato después, para cuando llegó el esposo, ya en la tarde, la mujer muy contenta fue a recibirlo con un plato lleno de las ricas galletas, que incluso, aun estaban tibias. Al ver las galletas, la cara del hombre cambió, nomás vi que, como al camaleón, a mi padrino ¡la cara le cambiaba de color! Y, por el color de su cara, segurito estoy que ¡se le fue la sangre a los pies!... Rojo de ira y de impotencia, aventó el plato de galletas al suelo diciéndole a su mujer:
 

-          ¡Te dije que no hicieras encaladillas babosa!!... 
 

El hombre aún no terminaba de decir la frase cuando dio un tremendo salto, aventó las bolsas que traía y corrió hacia donde aun estaban humeantes las cenizas del horno y haciendo a un lado los rescoldos, saco, todo chamuscado, uno de los siete botes alcoholeros repletos de billetes que había desenterrado la noche anterior del patio y había escondido en el interior del horno, por que planeaba llevarlos al primer banco que se instalaba en Colima al siguiente día…

 
¡Sí!, ¡así como se lo imagina!, todos los ahorros de una vida ¡estaban hechos cenizas!... Toda la fortuna que tenía la familia ahora era simplemente carbón, ¡pues enrollados en fajos y amarrados con ligas se encontraban muchos miles de pesos de aquellos tiempos!...

 
 Cuenta don Pancho que su tío no cabía de la tristeza y el coraje, tanto, que por un buen tiempo se separo de su esposa…
 
Así fue como su padrino, continuo siendo pobre… y todo, ¡por unas ricas galletitas y un puño de encaladillas!…

 

 

 

 

EL ESPOSO QUE REGRESO DEL MÁS ALLA A PEDIR PERDON


 

Doña Abundia Cazares Soto, una hermosa abuelita de 109 primaveras, una tarde platicando a la puerta de su casa, allá en el municipio de Coquimatlàn, mientras el viejo tren carguero mugía en las vías metálicas con su eterno peregrinar, nos contó esta fascinante, pero también enigmática historia:

 
Yo me case como se acostumbraba antes, bien chiquita, por lo que a eso de los trece años ya tenía yo marido. Recuerdo que el santo padre “Matellito” me caso en contra de su voluntad, por que decía que me veía muy chiquita, pero aun así, me caso…

 
Bien me acuerdo que mi esposo, que se llamaba Guadalupe, no se si por que me veía chamaquita o por que no le daba todo lo que el esperaba de mi como mujer, o tal vez por que de por si era mujeriego y canijo, ¡que se yo!, siempre se iba y me dejaba ahí, encerrada en la casa… Días enteros se marchaba y siempre regresaba bien borracho, lleno de marcas de pintalabios y demás cosas! ¡A deshoras llegaba! y por mas que yo le pedía a los santos que me lo apaciguaran, nunca me concedieron el milagro, él siempre fue igual, nomás puro chille y chille se la pasaba la mocosita en su catre esperando al marido a ver a que horas llegaba. Eso si, Guadalupe nunca me maltrato o me golpeo, pero si me hizo pasar ratos bien desagradables ¡porque era tan parrandero y tan  enamorado! ¡De veras! ¡Vieran que volado y mujeriego era!…Yo veía que eso hacía y como se portaba, pero nada decía, le sabia todas sus moviditas por chismes de las vecinas, pero como estaba yo tan chiquilla ¡pos que podía hacer! ¡Contrabajos me sabia lavar los calzones!…

 
Debido a sus parrandas y sus amoríos, mi marido llegaba siempre ya muy en la noche a la casa, entraba silencito, a veces, ni un lazo me echaba, solo se quitaba su pistola y su carrillera, sus botas, su camisa y se acostaba en su catre. El tenía su cama aparte, yo también tenía mi cama y por eso él se acostaba calladito en el suyo y no decía ni pío, yo tampoco le decía nada, nada, nada… Ni siquiera peleaba yo con él, nunca me gustó pelear, y como él veía que no le hacía mala cara, pues él jamás me hizo tampoco fea cara, ni me peleo ni me maltrato por esa situación...

 
Así viví por muchos años, hasta que un día, le llego la de malas y Guadalupe tuvo que partir… Me dejo solita en un mar de llanto…

 

-Al fin descansara de verdad- pensé…

 
Pero que me iba yo a imaginar que la vida y nuestro señor tiene caminos inexplicables!, pues a los pocos días de fallecido, mi esposo vino del mas allá a pedirme perdón ¡así como lo oyen!... ¡A mi marido lo mandaron de allá arriba a pedirme perdón!….

 
Recuerdo que ese día era ya bien noche, estaba a punto de dormirme, todo el cuarto estaba en penumbras, cuando de pronto, ¡sentí que alguien se me sentaba en el catre!… ¡Abrí los ojos sobresaltada!…  ¡y entonces lo vi!.. ¡Era mi esposo!, lo reconocí por que a pesar de lo oscuro del cuarto, con la luz de la luna pude verlo y ¡estaba igualito como cuando estaba vivo, solo que más pálido!… El ánima de mi esposo Guadalupe me miro fijamente, como con tristeza, y me dijo:



-          No tengas miedo Abundia… Vengo a pedirte perdón.
     
      -          ¡¿Pero de que quieres que te perdone hombre?!...

 

-          ¡Por todas las cosas que te hice! ¡Por el llanto que por mi derramaste y por las muchas veces que te fui infiel!...

 

Yo no sé si por miedo o por no se que, solo atine a decirle:

 

-          ¡Que te perdone Dios! ¡De mi parte, no tengo nada que perdonarte!...

 

En ese momento, apenas termine de decir la frase, el ánima de mi esposo, así como vino, se fue desapareciendo, escabulléndose entre la oscuridad… ¡No pos  ya no pude dormir a gusto, nomás rezaba y rezaba, con la cabeza tapada con la cobija, para que pronto amaneciera y la oscuridad se fuera…

 
Pero ahí no paro la cosa, por que a las dos noches siguientes, cuando me acosté en el catre a dormir, apenas pegue los ojos ¡Que de nuevo lo vuelvo a ver parado junto a mi cama!... ¡Así como se los cuento! ¡Mi marido vino dos veces!, pues a decir de él, lo mandó Dios de nuevo, él me conto que el señor le dijo:

 

-          Anda y pídele a tu esposa perdón hoy, porque ella no te decía nunca nada pero  sufría mucho con tu proceder, aunque siempre estuviera callada, muchas lagrimas derramo por ti... ¡Si ella no te perdona, no podrás descansar en paz jamás!… ¡Así que anda y pídele perdón!...

 

 Por eso, él regreso de nuevo y me pidió perdón otra vez… Yo le dije lo mismo:

 

- ¡Que te perdone Dios!… !Que de mi parte, estas perdonado!...

 

¡Y santo remedio!, mi esposo Guadalupe, ¡ya jamás regreso!...
 
Yo creo que desde ese entonces descansa en paz, por que ya no vino ninguna otra vez…
 
Desde ese día  ¡Yo también descanse mas tranquila!...

 

 

HISTORIA DE CÓMO LLEGARON AL MUNDO LOS CABALLITOS DE MAR



RELATO CREADO POR LOS NIÑOS

DE LA PRIMARIA COMUNITARIA DE LA COMUNIDAD “PINTORES I”

 

En un potrero lejano, habitaba un Caballo Bayo, al que le gustaba mucho pastar y galopar por la pradera, así se la pasaba siempre aquel animalito felizmente comiendo y galopando, ¡ahhh!, olvidaba decirles, que aquel caballito, siempre salía como a eso de las cuatro de la tarde, por que a esa hora, llegaba al potrero la Yegua Bella, quien era su novia, cuando ella llegaba, los dos caballitos se ponían a relinchar, a brincar y a darse besitos mientras corrían por todo el potrero…

 
¡Pero no todo era felicidad¡ por que resulta que en aquel mismo potrero, en una barranquilla, vivía una serpiente malora, que siempre que veía al caballo bayo y a la yegua bella cariñosos, se divertía arrastrándose silenciosamente entre la maleza hasta llegar donde ellos estaban, para que en el preciso momento en que se daban un beso, ¡Muaa!, ella  saltara y les gritara: ¡BBUUUU!!!... ¡Los caballitos se espantaban bien mucho!! ¡Tanto que hasta los pelos de la crin se les erizaban! ¡Por lo que salían corriendo despavoridos y asustadisissisimos! ¡Mientras la serpiente malora nomás se quedaba dando volteretas en el suelo risa y risa!. Así siempre sucedía con aquellos animalitos, los cuacos que salían, ¡y la culebra malora que los espantaba!, al otro día volvían a salir a darse sus besitos, y de nuevo la culebra: “!Buuu!” ¡los espantaba!…
 

Así que, ya hartos de esta penosa situación y de la culebra malora, el Caballo Bayo y la Yegua Bella, fueron a buscar al “Chango Marango”, pequeño espíritu travieso que vivía entre los cafetales y tenia, según decían muchos animales, poderes mágicos. Los cuacos llegaron hasta donde el espíritu aquel habitaba y le llamaron:


- ¡Señor Chango Marango! ¡Señor Chango Marango!...

 
No tardaron ni un minuto gritando aquellos, cuando el chango marango, entre una bola de humo, se les presento a aquellos animalitos y, con una voz cavernosa y que daba mucho miedo, les dijo:
 

- ¡¿Qué quieren que haga por ustedes caballitos cascudos?!...

 
El Caballo Bayo y la Yegua Bella, con un poco de temor, le confesaron su problemita: 


- Lo que sucede señor Chango Marango, es que ya estamos hartos de que la víbora malora siempre que andamos pastando o correteando ¡salga y nos espante!...


-¡Sí!, ¡ya son varias veces las que nos a salido gritándonos ¡Buuuu! y queriéndonos morder! ¡Por eso queremos pedirle que usted haga algo! ¡Castigue a la culebra o ya de perdis, conviértanos a nosotros en otra cosa pá ya no toparnos con ella!...


-¡No!.. ¡No puedo hacer nada! ¡Esa es la ley del monte! ¡Los animales deben convivir unos y otros! ¡Así es esto y ustedes deben saberlo muy bien!

 
              -¡Por favor!! – Dijeron los caballitos…


-¡No!.. ¡Noo puedo ayudarlos!...

 
Los caballitos al escuchar esta respuesta se pusieron chille que chille a moco tendido, por lo cual, el Chango Marango solo atinaba a taparse las orejas, por que si había algo que no aguantaba, era escuchar los chillidos y quejidos de algún animal, así que harto les dijo:

 
-¡Cállense! ¡Cállense!... ¡Con tal de que me dejen en paz y no chillen mas les voy a ayudar!, a ver ¿en que se quieren convertir?...

 
La Yegua Bella le dijo:


- ¡En pájaros!

 
Y el Chango Marango les contesto:

 
             - ¡NOOOO!... ¡En pájaros noo! ¡Ya hay bastantes en el monte!…

 
El Caballo Bayo entonces le dijo:
 

- ¡En leones!


Y el Chango Marango les contesto:
 

- ¡NOOOO!... ¡En leones no! ¡Capaz y se comen a todos los animalitos del monte, así que en leones no!…


Los caballos se pusieron de nuevo tristes, por lo que el chango les dijo:


-¡Ni se les ocurra chillar! ahorita veremos que hacer con ustedes ¡aguántenme tantito!…


El Chango Marango se quedo pensando, y un rato después les dijo:


-¡Ya se en que los convertiré!..


Y sin darles tiempo de nada, pronuncio sus palabras mágicas y les lanzo un conjuro:

 
           -¡Chirripin, chirripon, tripas de sapo panzón! ¡Que se conviertan de volón pin pon!...

 
¡Y diciendo esto, se dejo escuchar un gran tronido, como si un puño de buscapiés hubiera explotado, acompañado de una humareda bien grande que envolvió a los dos caballitos!…

 
Cuando el humo se fue ¡del Caballo Bayo y de la Yegua Bella  no quedaba nada! ¡Ni pezuñas, ni crin, ni cola ni nada! Solo se escuchaba la risa contenta y medio malévola del Chango Marango al ver su creación, pues los había convertido en unos extraños animalitos con cara de caballos, si, ¡pero sin patas y con aletas!, ¡así como se los cuento!...

 
 El Chango Marango tomo con sus manos a aquellos extraños animalitos y riéndose a carcajadas los aventó suavemente a charca que estaba cerca de ahí, el Caballo Bayo y la Yegua Bella, al ver en que estaban convertidos, comenzaron a llorar y llorar, tanto que con sus lagrimas se formo un torrente que poco a poco se convirtió en un arroyito que pronto fue a dar al mar…

 
 Cuentan los que saben, que por ese camino de agua, los animalitos aquellos llegaron hasta el enorme mar, en donde ahora, ya podrían jugar y correr sin que ninguna víbora traviesa los espantara, y es así que se dice pues, que desde ese entonces, existen los caballitos de mar y los caballitos de tierra en el mundo, gracias a la maldad del Chango Marango…


De la culebra malora aquella, lo único que se sabe es que durante mucho tiempo se la paso llore y llore sin tener a quien asustar en el potrero, por ello también, nomas se la pasaba sáquele y sáquele la lengua a cuanto animal veía, hasta que un día, muy triste y muy vieja, la pobre se “petateo” en la barranca… 


Y es así, como termina esta, nuestra historia de los niños de la escuelita CONAFE de la comunidad de “Pintores I”… 

LA LEYENDA DE LA ENJABONADA

Allá, en el último rincón del imperio de Ixtlahuacán, donde el camino culebrea y la niebla abraza los bosques de encino, se localiza el curioso y bello pueblito de “26 de julio”, comunidad mejor conocida por esos rumbos como “El Camichin”. En ese lugar, hace algunos ayeres, según las memorias de don Saturnino Pérez, más conocido como don “Cheto”, uno de los mas sabios habitantes de esa bonita población, sucedió la siguiente historia…
 
Se dice que en el tanque donde se encuentra el depósito de agua que esta a la entrada del pueblo, al pie del nacimiento, un día por la tarde, una joven de la comunidad acudió a bañarse a dicho tanque como lo hacia todos los días. Muchas veces, la gente ya le habían advertido a la joven que no se bañara encima del tanque, por que con el agua, la lama y el musgo, el piso se ponía muy resbaloso y por ello se podía caer y mal golpearse, pero ella no hacía caso a las recomendaciones; así que solía bañarse a jicaradas sacando el agua directamente de la boca del tanque, el cual, tenia mas de tres metros de profundidad. Esa tarde, no fue la excepción, la joven se acerco al tanque con su jícara, su estropajo y su bolsa de “fab Roma” y se subió a la plataforma del tanque para sacar, como siempre, el agua de manera más fácil, y así, no enlodarse los pies.
 
El viento soplaba, y con su aliento, bajaba cada vez mas niebla del cerro, cortando con su velo blanquecino la visión, sin dejar que se pudiera ver nada a mas de un metro de distancia, pero eso a la muchacha no le importaba, o tal vez, no lo percibía; Ella, muy quitada de la pena, se seguía bañando y echándose fab en el pelo, de repente, ¡las espumas de su cabello escurrieron y entraron a los ojos cafés de la joven!, los cuales debido al gran ardor, solo atinaron a cerrarse con más fuerza ¡casi impenetrablemente!! ¡Las manos de la joven se movieron a tientas buscando la jícara! ¡Sus pies avanzaron tambaleantes entre la lama y el piso jabonoso del tanque!!... ¡!La pobre joven no veía nada y el jabón cada vez la cegaba  con mayor fuerza!... Entonces… Unos pasos vacilantes y…. ¡Pummm!!!... ¡Clash!!!... Sucedió lo inevitable… El cuerpo de la joven se hundió una y otra vez en el depósito oscuro del agua… ¡Ella manoteaba desesperada!... Pocos minutos después, la muchacha pereció ahogada…
 
 Tardaron bastante tiempo en encontrar su cuerpo, pues ese día, ya nadie mas se acerco a buscar agua al nacimiento, ni a lavar, ni a bañarse… y, para acabarla de amolar, su familia había bajado a unos mandados a Tecomán, por lo que poca gente se dio cuenta que no estaba en la comunidad, e Incluso de la poca gente que se dio cuenta de su ausencia, hubo quien pensó que la joven se había huido con el novio, que era oriundo de la comunidad de “Agua de la Virgen                       
 
 Solo hasta el otro día, muy de mañana, cuando una de las niñas del poblado se acerco con sus burros para llenar sus cantaros de barro, fue cuando se dieron cuenta de la tragedia… El estanque tenía una fina capa de jabón fab, entre él, la joven flotaba  muerta con la cara llena de espanto…
 
Desde ese día, en la comunidad del “26 de Julio” se recomienda a los jóvenes y a las niñas tener cuidado  al ir a bañarse al nacimiento y, se les advierte, no ir a mas de las seis de la tarde, por que hay quien asegura que en ese lugar, cuando oscurece o la niebla baja desde la “encinera”, es posible ver a una joven con los ojos carcomidos y un puño de espuma en la cabeza escurriéndole por todo el cuerpo, invitándoles a bañarse con ella. Incluso hay gente que asegura que, pasados de copas, han aceptado la invitación, pero que, al siguiente día, al despertar ¡se encuentran entre espineros, perdidos y con tres o cuatro días de calenturas, alucinaciones y vaguidos!!...
 
Una de estas personas fue el difunto don Andrés, un señor que vivía en la salida de la comunidad de “Agua de la Virgen”, quien una noche, al descomponérsele su camionetita a medio cerro, subió caminando al “Camichin” en busca de ayuda, pero al pasar por el deposito de agua, miro a una mujer parada, de espaldas, él, pensó que tal vez era su comadre que había venido a llenar sus cantaros, así que le hablo en voz alta una vez, pero no obtuvo respuesta, por lo que le grito mas fuerte, y fue entonces que, poniéndole más cuidado ¡vio a una mujer vestida de blanco, llena de espuma en la cabeza y con las cuencas de los ojos descarnadas!, por lo que don Andrés, sin atinar a decir nada, ¡nomás arranco a correr con rumbo al pueblo pegando chicos gritos!...
 
Bueno, ¡eso es lo que cuentan allá en el 26!…

 

 

 

 

 

 

 

DEL COMO SURGIERON LOS ARMADILLOS EN LA TIERRA


 

Hubo un tiempo en la tierra, en que no se contaba con la curiosa y deliciosa presencia del tío armadillo en las campos y los valles de Colima, hasta que un buen día, de buenas a primeras, empezaron a poblar nuestro territorio. Doña Donaciana Flores, dicharachera y sabia jovencita de 96 añitos, nacida allá por las tierras de Cuauhtemoc, nos explica como es que llegaron estos animalitos a nuestros montes y a nuestras mesas:

 

Resulta que hubo una vez una viejita que era muy, pero muuuyy pobre, pero que al mismo tiempo, era muy díscola y egoísta hasta con su pobre marido mismo… Así pues, un día, una comadre le regalo a nuestra señora dos taquitos de carnita de chicharrón con tortillitas de mano, ella, muy contenta, se los llevo a su casa pá comérselos con un agüita de limón. Llegando a su hogar, la señora se aso un chilito de árbol, y ahí estaba’, ¡ya lista pá echarse el primer taquito a la boca!, ¡ya se lo estaba saboreando!, cuando a lo lejos, por la ventana, que ve que se iba acercando su marido sude que sude por el arto calor que hacia en la milpa y con su bule de agua vacio; Díscola como era la doña, ni tarda ni perezosa, ¡que se apresura a esconder los taquitos!, por que no pensaba ni quería compartirlos con su don, así que, rápidamente, los coloco debajo de una piedra que les servia de silla y que estaba cerca de la puerta… El señor llego y le dijo:

 

 -¡Vieja! ¡Traigo un buen de hambre y de sed!.. ¿Qué hay  para comer?...

 

La señora le contesto:

 

 -Pos... ¡Pos nomás frijoles viejo!, ¡ya sabes!... y un agüita de limón que tengo por ahí y que hice para ti… ¡Ándale ven!.. ¡Siéntate y come pà que te puedas ir de nuevo ónde la milpa!...

 

El pobre señor, se sentó y disfruto de su frijolitos de la olla sin imaginar la maldad de su esposa, mientras tanto, la doña nomás contaba y contaba los segundos en que su viejo se fuera y, arejolandose nerviosa la punta de su vestido, de reojo vigilaba la piedra donde  había escondido su suculento tesoro… Pasaron los minutos y el señor por fin termino de comer, lleno su bulito de agua y, rechinando sus guaraches, se fue caminando con rumbo a su milpa. Mientras tanto, la doña, haciéndose la loca, recogía los trastes mientras vigilaba la hora en que se perdiera su marido en la lejanía. Mas tardo el don en desaparecer, que la señora en ir a levantar la piedra, pero, ¡ohh sorpresa!! ¡chinches y besuconas!! ¡los taquitos de chicharrón habían desaparecido!!.. La señora díscola, encanijada y alarmada, por más que busco y rebusco en todos los rincones y debajo la piedrita aquella, ¡nada que encontró!!... Lo único que había cerca de la piedra, eran unos caminitos surcados en la tierra, como de algo que se hubiera arrastrado para escapar….

 

Así, boquiabierta, observando las líneas, se quedo la doña díscola, rumiando sola y pataleando su coraje… Lo cierto, es que cuentan que a lo lejos, dos animalitos con conchita y liniecitas en el lomo, parecían sonreír al ver su berrinche mientras se alejaban entre el monte…

 

A decir de la gente, ellos fueron la primera pareja de armadillos en el mundo. Si, así como se los cuento, ¡provenientes de dos taquitos de chicharrones!… ¿Será por ello que algunas gentes dicen que los  armadillos  saben a  carnita de puerco tierno?...

 

 

 

RECUERDOS DE DOÑA CANDE LOMELÍ: LA CRISTEADA


 

 En Coquimatlán la gente rebosa de sabiduría, de recuerdos y de vivencias de aquellos tiempos que ya se fueron y de los cuales pocas veces quedan testimonios fidedignos de lo que la gente, como usted y como yo, pasamos, sufrimos y lloramos…

 

Es por ello, para que esas historias y vivencias no queden en el olvido, que acudimos con mi bondadosa y muy sabia vecina, doña Cande Lomelí, quien a pesar de estar actualmente privada de la luz de sus ojos, mira la vida llena de colores y alegría, de una alegría que contagia en sus platicas y en sus ademanes, en su manera de tratar y respetar a la gente que le conoce y quiere.

 

Ella, ejemplo de valentía y tesón, de lucha y ganas de vivir, hoy, abriéndonos su corazón y el baúl de sus recuerdos, comparte con nosotros, algunos relatos de lo que ella vivió en los tiempos de la cristeada, cuando aun era una niña:

 

“Había entrado a 4 años, cuando la revolución cristera, yo vivía una cuadra antes de llegar al jardín principal, en contra esquina de donde ahora esta la farmacia de la calle Hidalgo, o sea que, ¡todo lo miraba en primera fila!...

 

 En esos días hubo una balacera en el pueblo, ahí mero en el jardín, y yo, que corro pá la puerta de la calle, que estaba bien grande, y que en el piso dejaba un hueco por donde yo cabía acostada.

 

Por ahí, debajo, me salí, para ver la corretiza de los cristeros y los soldados tirando de la torre: ¡Runnnn, runn, run! ¡Sonaban los balazos!.. ¡Antes y no me dieron en la cabeza!...

 

 Doña Severa, la señora con quien nos encargaba mi mamá, vivía al otro lado de mi casa, pero como el patio era el mismo, ella, al escuchar los balazos, agarró a mi hermana Camila de la cuna y a mi hermana Socorro de la mano y me grito:

-         ¡Vente Cande!

-         ¡No! ¡yo no! – respondí - ¡Me voy a subir a la cama!

 

Pero la verdad era que, yo, ya tenía en la mente salirme a ver que pasaba en la calle. ¡Antes y no me dejaron tiesa ahí! ¡Los balazos en la cabeza me zumbaban por uno y otro lado de las orejas!...

 

 Cuando se apaciguaron los catorrazos, yo aun estaba ahí tirada en la puerta, sacando nomás la cabeza y la panza, escuchando lo que la gente decía al pasar corriendo. Entonces oí que alguien decía:

-         ¡Colgaron a uno!

 

Y al ratito pasaron otras gentes que también venían gritando:

 

-         ¡Colgaron a uno!

 

-         ¡Jum! – dije - ¡Yo voy a ir a ver al colgado ese!...

 

Y ahí voy, rumbo para el jardín del pueblo.

 

 El colgado estaba ahí, al otro lado de la presidencia, al ladito, donde había un mezquite gordo, ahí echaron la soga. El pobre hombre tenía la cabeza “gacha” y le colgaba la lengua hasta el pecho… Era dantesco el espectáculo, feo… feo…

 

 Había mucho soldado por la vía, y luego, yo recuerdo, que niña como era, llena de inocencia, iba y les picaba las piernas a los soldados, ellos volteaban con sus caras serias y nomás veían una “boronilla” ahí, que les decía:

 

                  -¡Bajéenlo! ¡Miren ya su lengua!...

 

Todos los soldados nomás me miraban, unos con lastima, otros sin ninguna expresión en sus rostros. Yo creo que me juzgaron loca, por que no lo bajaron.

 

Y es que así se usaba en esos tiempos malos de la cristeada, solo bajaban los cuerpos hasta que ellos querían y luego, cuidaban que nadie mas los descolgara, ni los de su familia, ni sus amigos, ¡peor aun!, cuando te acercabas a llorarle, ¡también te daban “muere”!, por que pensaban que también eras cristero o, tal vez, para que después no vengaras su muerte.

 

 Yo creo que, ese pobre hombre colgado, ni debía nada, o sabrá dios si habrían matado o herido soldados.

 

 Mi mamá, ese día, como todas las tardes, había ido a la estación del tren a vender los tamales que hacia para sacar para la “papa”, por eso pude salirme a ver al ahorcado, así que, cuando de un de repente escuche el pitar del tren, ¡córrele pá la casa! ¡Que me tiro, me meto de panza por el hueco de la puerta por donde salí! ¡y que corro pá dentro! De ahí gane para los ciruelos del patio y me agarré como chivita, comiendo hojas de ciruelo bajo la sombra. Les echaba un puño de sal y me las comía así nomás, ¡con todo y tierra! Como blanca palomita como si nada hubiera pasado.

 

Así fue mi primer encuentro con los colgados cristeros.

 

Yo, todo esto, se lo platique un día a un amigo llamado Camilo Ramos, él  me dijo:

 

-                     ¿Tú te acuerdas de eso Cande? ¿Y luego cuántos años tenías?

 

-                     Sí me acuerdo, acababa de entrar a los cuatro años.

 

-                     Ese colgado Cande, era mi hermano - me dijo.

 

-                     ¿Era tu hermano Camilo?

 

-           Si, era mi hermano, lo mataron jovencito a él. ¡Y pós nosotros ni como nos fuéramos a   arrimar! ¡Estaba todo el lugar rodeado de soldados! ¡Capaz y nos colgaban también a nosotros! Por eso lo dejamos ahí, hasta los tres días que les dio la gana a los federales bajarlo, pudimos darle cristiana sepultura...

 

¡Pero pues, eso pasaba en aquellos tiempos! Así se la sufrían los que traían la revolución.

 

Recuerdo que el día que se rindieron los cristeros en Colima, en el pueblo se abrieron de nuevo los cultos en las iglesias, ese día también se salieron las “galletas” (esposas de los militares) de ahí, para dejar entrar a los sacerdotes. Aunque los cristeros, que ya tenían indulto por parte del gobierno, ya no querían salir casi al pueblo, pues los tenían señalados, les hacían aun cosas feas y malos tratos por las autoridades, aunque no los perseguían ya tanto como antes.

 

En verdad aquellos fueron tiempos feos. En el pueblo, se peleaba a cada rato, se escuchaban balazos por uno y otro lado. El templo del pueblo, parecía una porqueriza, los militares lo habían ocupado, las mujeres de los militares vivían ahí con sus hombres, a los caballos los amarraban en el atrio y ahí hacían sus “desechos”. Así estaba el pueblo, así vivíamos en ese entonces; Un día al pasar cerca del lugar me dijo una niña:

 

-         Allá en el templo Cande, adentró, están “las galletas”.

 

-         ¿Y quienes son “las galletas”? – le dije yo.

 

-   ¡Pos las mujeres de los soldados! Y allá adentro, ponen lumbre cerca del altar y ahí hacen de comer.

 

Cuando la chiquilla me dijo eso, ¡Yo en mi imaginación me “afigure” unas mujeres de galleta pues! ¡Algo así como unas “marías” con patas y manos! Y que pienso entonces:

 

                   -¡Pos yo tengo que ver cómo son esas famosas galletas!...

 

¡Y ahí va la boronita de fisgona!, me paré en el bordo del atrio y asome la cabeza, después de un rato, ya vi que salieron tres o cuatro mujeres del templo, entonces la niña me dijo:

 

-         Esas, son las galletas…

 

 

Esas mujeres, casi todas, traían un periquito en el hombro, no le volaban los animalitos, yo creo que les cortaban una alita para que no se les fueran. Todas traían el niño amarrado en la panza, ¡bien amarradito y con la carita de fuera!, así andaban en sus quehaceres, yo bien decepcionada dije:

 

-          ¡Ah! ¡Pos son mujeres normales! ¡No son galletas! ¡Las galletas son las que nos comemos!...

 

A mi corta edad e inocencia, no sabia que así les decían, de manera despectiva a las esposas de los federales.

 

En esos tiempos, arriba de la presidencia, casi en nuestras cabezas, y en el campanario de la iglesia, estaba llenito de soldados listos pá tirar. Por ahí, con mi mamá de la mano, pasaba en la noche, como todas las otras que vendían tamales y los soldados les gritaban:

 

-         ¿Quién vive?...

 

-         ¡Gente de paz!- contestaban las tamaleras…

 

Tenias que contestar eso, por que si no, ¡Pum! Te mataban. ¡Al que no contestara, de arriba le tiraban como si fuera venado o jabalí!...

 

 Ese día venía mi mamá y doña Nieves, otra señora que vendía tamales, así que sabiendo eso, les contestaron a los pelones:

 

-           ¡Gente de paz!...

 

Los militares al escuchar sus voces, como ya las reconocían, les dijeron:

 

-         ¡Ah! Tu eres Ramoncita y tú Nieves, las que vendes tamales.

 

-         Sí yo soy – dijo mi mamá.

 

-         Y ¿traen tamales de chigüilin?...

 

-         No, se nos acabaron.

 

-         ¡Ah! Entonces pá mañana te encargamos.

 

Pero la verdad era que si llevábamos, pero a mi ama, casi no le gustaba venderle a los federales por que a nadie en el pueblo le gustaba ver que hacían con la casa del “señor”. Contaba mi mamá, que a veces llegaba a la presidencia con su bote de tamales y de ahí se devolvía, porque con los militares siempre se le terminaban. ¡Bien ricos tamales que hacía mi mamá de todo tipo y sabores! ¡Tenia bien muchos clientes!...

 

Sin duda, en esos años mucho sufría la gente ¡matazón de cristianos que hacían! El presidente de aquel tiempo en el pueblo era ré malo, se llamaba Faustino Aguilar. Nomás al que se le antojaba o le caía mal, ¡lo mandaba fusilar! ¡Así nomas de gratis!...

 

 Mi mamá me platicaba, que a los soldados federales, por unos pesos, los atendía mi bisabuelita, que se llamaba Vicenta Dueñas, ella le decía siempre al teniente “Quilis”, muy famoso por acá:

 

-         Teniente, déjese de eso, un día le van a quitar la vida.

 

-         Pues no puedo, Vicentita, dejar mi trabajo – decía él.

 

-         Teniente, ¿no le da miedo?...

 

-          Mira Vicentita – le decía- a los primeros balazos se nos engarruña, ¡pero tirando tres en adelante quiero tirar y tirar y matar y matar y matar! ¡Porque ellos, nos tiran a matar también!...

 

-         ¡Hay teniente! ¡yo cuando salen estoy rezando por ustedes!...

 

-          Sí, reza por nosotros Vicentita, por que aunque la gente diga que no, ¡nosotros también creemos en dios!...

 

Así decían, pues, pero en realidad ¡bien malos que eran los soldados!...

 

 Fíjense que una vez, se metieron los cristeros a una carnicería ¡pós pá sacar la carne para comer! Nadie los vio, se metieron agarraron la carne y se fueron. Los de la carnicería, los dueños, eran sobrinos del presidente municipal, hijos de un medio hermano, 17 años tenían. Pos ¿saben? nomás se enteró el presidente ¡y que van y los sacan de sus casas los militares! ¡¿Qué culpa tenían que se hubieran metido los cristeros a su carnicería?!... La cosa es que a los pobres carniceros, los fusilaron frente al jardín, allá en lo que ahora es el corredor de Samia, donde esta ahorita la papelería. Recuerdo que a media calle les formaron el cuadro, pá fusilarlos, y ahí quedaron los cadáveres de los pobres muchachos, todos mosqueados, los cuales, el único delito, fue que los cristeros se metieran a robar a su carnicería...

 

Así eran de malos los mendigos soldados, eran tan malos, que también a gente que venía de trabajar en sus potreros los agarraban por nadita.

 

Una vez un señor, que se apellidaba Zárate, iba al potrero a dejar su bastimento, porque antes se usaba llevarles el almuerzo y la comida a los mozos. Llevaba a dos muchachitos con él, chiquillos, eran sus hijos y llevaban el agua. Ahí iban, cuando de repente les salen de frente una partida de militares, haciéndoles el alto les dijeron:

 

-         ¿Y usted a donde va?  hijo de tal por cual… - le dijo el teniente.

 

-         Voy a llevarles almuerzo a mis mozos.- contestó el señor.

 

-         No usted va a llevarles de comer a los cristeros.

 

-         No señor yo no. Voy a llevarle a mis mozos. Si gusta, vamos.

 

-         No ¡Que vamos ni que madres! ¡Lo vamos a fusilar!...

 

Le prepararon el cuadro de fusilamiento ahí mismo y lo pusieron con un hijo de cada lado. El señor, encarando al jefe de los militares les dijo:

 

-         Teniente, yo sé que al que van a fusilar, siempre le conceden una mercé.

 

-         Diga cual quiere.

 

-         Fusílenme a mi primero, no quiero ver que fusilen a mis hijos sin culpa.

 

¡Y sí se lo concedieron! lo fusilaron a él primero y después a los dos muchachos…

 

Todo esto, lo sabemos, por que dizque uno que por ahí andaba y vio la parvada de soldados que venían, se subió a un palo muy “sombrioso” pues pensó:

 

-          Si corro, me van a ver y ¡capaz me matan!... 

 

Así, él, desde allá arriba del palo, vio todo y platicó después todo eso, pero no recuerdo se como se llamaba el señor....

 

Esos güachillos pelones, nomas agarraban parejo, fueras o no fueras ¡igual te ibas al cajón de fusilamiento!

 

Un día, recuerdo, ya tenían agarrado a don Amador, compadre de mi mamá, esposo de doña Severa, la seño que nos cuidaba. Al señor ya lo tenían en el cuadro de fusilamiento, pero mi mamá lo alcanzó a ver y que va y ¡les dice bien enojada!:

 

-         ¿Qué es lo que van a hacer ustedes?...

 

-    Ramoncita. ¡Vamos a fusilar a este hijo de tal por cual! ¡Venia de allá del rumbo de donde andan los cristeros! – le respondió el teniente.

 

-         ¡No! ¡No sean ingratos! ¡Es mi compadre!...

 

-         ¿Verdad que es de los que saben ser cristeros?

 

-         ¡No, no es! … ¿Pos que hiciste compadre? – le preguntó mi amá a don Amador

 

-         Fui a comprar una medicina, pa’mijo que esta bien malo – dijo el compadre

 

Mi mamá suplicaba a los soldados con el llanto en los ojos:

 

 - ¡No le vayan a tirar! ¡No le vayan a tirar! El no es cristero, solo salió para comprar una medicina, pa’ su hijo que esta enfermo.

 

-          Mira Ramoncita – le dijeron los soldados - se va ir bajo tu responsabilidad, si sabemos que este hombre anda de cristero, ¡a ti te vamos a fusilar!...

 

-          ¡Sí! ¡Me fusilan! ¡Yo les estoy diciendo puras verdades!.

 

Y por ella y por que los soldados la conocían de andar vendiendo tamales, se salvo don Amador. ¡Saben! ¡Ya después el compadre no quería salir a ninguna parte! ¡Pues tenia harto miedo de que lo volvieran a agarrar!…

 

Y así sucedía en aquellos tiempos duros de la “cristeada”…