Don Aurelio, “Güello”,
Olivo Solorio, comalteco de corazón, nos relata esta siguiente historia que
sucedió allá por los rumbos de la “Hacienda de San Antonio”, en donde en
aquellos tiempos pasados, trabajaba muchísima gente cortando café. Y que a
decir de don Güellito, no hay otra hacienda en el Estado de Colima, antes y
ahora, que halla tenido sembrado tanto café como esa hacienda.
La cosa es que en
la hacienda antes mencionada, había un muchacho de nombre Pedro que vivía con
su mamá, el papá se les había muerto varios años antes, por lo que estaban
solitos; Ellos tenían la casita donde vivían del lado donde linda la hacienda y
la parte en la que toca a San José del Carmen, Jalisco, lugar de donde también
venía mucha gente a trabajar a la hacienda, y de ahí mero era este muchacho, él
cual, una noche de luna llena, que como ustedes saben, aluza bien mucho,
pareciendo a veces la madrugada un amanecer, la cuestión fue que después de
cenar esa noche, la mamá le dijo al joven Pedro:
-
¡Ándale vente! ¡Vamos a rezar el rosario!...
El joven muy
obediente y fervientemente creyente, obedeció y después del rosario, se fueron
los dos a dormir… Así pues, resulta entonces que este muchacho no se fijo bien
en la cuestión de la luna llena esa noche, por lo que en la madrugada, al
levantarse a echar “agua”, vio todo bien claro y dijo:
-¡Aaaah!
¡Ya se me amaneció! ¡Se me va a hacer tarde para entrar a la chamba!
Como ya sabia de
que manera se las gastaban los patrones y los capataces de la hacienda y aparte
por que no tenían reloj, el muchachito se apuro y dando saltos y carreras se
puso su camisa y su sombrero y ¡que da un brinco pa’ bajo!... La mamá, al escuchar el ajetreo, se despertó, pues
ya ven que uno cuando ya esta grande tiene el sueño livianito, entonces, la
madre le dice al muchachito:
-
¿Qué estás haciendo, hijo?
-
Ya se me hizo re’ tarde amà, ya se
me amaneció, ¡y hoy tengo que darle maíz a los caballos, ver la milpa y cortar
café!!...
-
¡No hijo!, ¡Aun es temprano! ¡Será
cuando mucho media noche!...
-
No mamá – insistió el muchacho –
ya se me amaneció ¡Debo irme!
Pero como los
gallos no se escuchaban que cantaran. Su mamá le insistió:
-
De todos modos hijo, no te vayas, es
todavía noche ¡no seas terco!.
¡Pero el muchacho
no le obedeció y ahí se viene bajando por la vereda que lleva al “río de la Lumbre ”, río que es la división entre Colima
y Jalisco, al cual lo nombran así, porque ahí se dice que corría pura lumbre
cuando una vez reventó el volcán. La cosa es que por ahí venía el muchacho
hasta que llegó a donde existe un “cajón”, feo, alto y oscuro que tenía paredón
de un lado y otro, y aunque daba miedo, pues ahí tenia que pasar uno, no había
otro camino, ¿pà se hacia el pobre Pedro?... Así que pajuelio a su caballo y se
empezó a internar en aquella cosa que parecía la boca del mismito infierno. Apenas
había cruzado unos metros, cuando ¡que le viene saliendo por medio camino un
animal feo y grande con forma de perro! ¡Con unos ojonones y echando lumbre!...
¡El caballo del muchacho, presintiendo algo malo, olisqueando al maligno, se
empezó a hacer pa’lla y pa’ca, pa’lla y pa’ca y nomás no se iba desbocado porque era un cajón sin ni siquiera
espacio para voltear!... El muchacho, aun sin saber que realmente era ese
animal, ¡preparo su machete para darle una rebanada!... Entonces, de buenas a
primeras, ¡que le habla el perro demoniaco aquel!:
-
Muchacho, ¿A dónde vas? – le habló el perro.
-
Voy a la hacienda a trabajar.
-
No vayas – le dice el perro
demoniaco con una voz cavernosa
.
-
¿Por qué?
-
Porque allá están diciendo “métele el tizón, sácale el tizón, métele el
tizón, sácale el tizón”. Y eso, ¡no es cosa buena para ti!... ¡Mejor
regrésate, ¡sígueme! ¡yo te guío por un enderezadero!...
¡Muy espantado al
ver hablar al perro prieto aquel, Pedro solo atino a persignarse como se lo había
enseñado su mamà! Al hacerlo, ¡en ese mismito instante! ¡Se le desapareció el
perro! y entonces, hasta ese momento, el caballo ya pudo y quiso pasar por el
“cajón” aquel…
Así se fue todo el
camino que faltaba para llegar a la hacienda el muchacho, con el miedo por lo
visto y con la duda por lo dicho. Cuando por fin llegó a la hacienda, se dio
cuenta que en el lugar, ¡estaban velando a un difunto y le estaban cantando “El
Alabado”!... ¿Qué que tiene de interesante? Pues es que, según los abuelos, con
ese canto religioso el diablo se espanta, y lo que estaban diciendo era parte
de una letanía, que yo recuerdo que mi mamá la cantaba asi:
-
Kyrie Eleison, Christe Eleison, Kyrie Eleison, Christe Eleison.
Esa letanía fue lo
que espantó al diablo, quien seguro se quería llevar el alma del difunto, pero
como no pudo, quiso encontrar y llevarse la del joven Pedro y por eso se lo fue
a encontrar en el cajón… ¡Lo bueno es que Pedrito sabia persignarse! por que si
no, ¡ahorita segurito se estaría chamuscando en el “cazo de los chicharrones”,
en compañía del mentado perro satánico aquel!...
NOTA IMPORTANTE: Kyrie Eleison
es la transcripción griega de “Señor ten piedad”, durante mucho tiempo este
rezo se dijo en griego, solo que cuando paso a occidente se convirtió al latín Christe Eleison, en el caso de los
funerales de aquel tiempo, en nuestro país, se cantaba de las dos formas juntas
y se repetía tres veces.
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